Alicia en el país de las maravillas

Ilustración del cuento Lila y la estrella perdida.

Alicia, una niña curiosa y soñadora, estaba sentada en la ribera de un río junto a su hermana, quien leía un libro sin ilustraciones. En medio de su aburrimiento, un Conejo Blanco con chaleco y reloj de bolsillo pasó corriendo a su lado, murmurando que llegaba tarde. Intrigada, Alicia decidió seguirlo y se lanzó detrás de él en su madriguera.

Al caer, Alicia se encontró en una sala con muchas puertas. Después de beber una poción que la hizo pequeñita y comer un pastel que la hizo gigante, finalmente logró pasar por una de las puertas, llegando al País de las Maravillas.

El lugar estaba lleno de personajes curiosos y situaciones inusuales. Conoció a un par llamado el Sombrerero Loco y la Liebre de Marzo, quienes estaban eternamente en hora del té debido a una disputa con el Tiempo. La conversación con ellos era tan absurda que Alicia no pudo evitar pensar que todo era un sueño.

Más tarde, encontró a una Oruga azul. Le dio consejos enigmáticos y la transformó de nuevo a su tamaño normal al comer partes de una seta mágica.

En su camino, Alicia también se encontró con el Gato de Cheshire, un felino que podía aparecer y desaparecer a voluntad. Le mostró el camino hacia la casa del Conejo Blanco y hacia la del Duque y la Duquesa. En la casa de estos últimos, Alicia conoció a un bebé que se convirtió en cerdo y a una cocinera que lanzaba sartenes.

Pero el episodio más extraño ocurrió cuando llegó a un jardín donde las cartas de baraja pintaban rosas blancas de rojo. Allí conoció a la Reina de Corazones, una figura autoritaria que tenía la manía de mandar a cortar cabezas a diestro y siniestro.

Alicia fue invitada a una partida de croquet, pero los mazos eran flamencos y las bolas erizos, y las reglas no tenían sentido alguno. Pronto, la Reina se cansó del juego y decidió celebrar un juicio en el que Alicia sería la acusada.

Durante el juicio, todo se volvió aún más absurdo. El Conejo Blanco actuó como heraldo, el Rey y la Reina como jueces, y varios animales extraños presentaron pruebas sin sentido. Alicia, ganando confianza, comenzó a desafiar la lógica de la situación y a afirmar su propia realidad.

Finalmente, cuando la Reina ordenó que la encerraran, Alicia, ya harta de tanta locura, declaró que todos no eran más que un montón de cartas. Al hacerlo, todo el tribunal voló por los aires y Alicia se encontró de nuevo en la ribera del río, con su hermana llamándola para volver a casa.

Aunque todo parecía haber sido un sueño, Alicia nunca olvidó las lecciones aprendidas en ese mundo de locura y siempre recordó el País de las Maravillas como un lugar donde lo imposible podía volverse posible.