Blancanieves y los siete enanitos

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En un reino lejano, Blancanieves, una joven princesa con piel tan blanca como la nieve, labios rojos como una rosa y cabello negro como el ébano, vivía en un gran castillo. Aunque era amada por todos en el reino, su madrastra, la reina, sentía una profunda envidia por su belleza.

Un día, mientras bordaba en su habitación, Blancanieves escuchó el suave canto de los pájaros. Abrió la ventana y comenzó a alimentarlos, disfrutando de la naturaleza.

Mientras tanto, la reina consultaba a su espejo mágico: —Espejo, espejo en la pared, ¿quién es la más hermosa de todas?

El espejo respondió: —Aunque eres hermosa, oh reina, Blancanieves es aún más hermosa que tú.

Furiosa, la reina ideó un plan para deshacerse de Blancanieves. Sin embargo, el corazón bondadoso del cazador no pudo llevar a cabo el cruel deseo de la reina y, en lugar de eso, advirtió a la joven princesa sobre el peligro.

Huyendo a través del bosque, Blancanieves encontró refugio en una casa peculiar. Dentro, todo era pequeño y encantador. Cansada, se quedó dormida en una de las camas.

Cuando los siete enanitos regresaron de trabajar en las minas y encontraron a Blancanieves, se presentaron: —Yo soy Tímido. —Yo, Feliz. —Doc. —Dormilón aquí. —Y yo, Estornudo. —Grunzón, a tu servicio. —Y yo soy Soso.

Blancanieves les contó su historia, y en agradecimiento por su hospitalidad, decidió quedarse y ayudarles en sus tareas diarias.

Mientras tanto, la reina, furiosa por sus intentos fallidos, decidió recurrir a la magia más oscura. Confeccionó una manzana envenenada que, con solo una mordida, sumiría a cualquiera en un sueño eterno. Disfrazándose como una anciana vendedora, fue al bosque en busca de Blancanieves.

Blancanieves, amable y confiada, vio a la anciana cansada y decidió ofrecerle agua. En agradecimiento, la “anciana” le ofreció la brillante manzana roja. Sin sospechar, Blancanieves mordió la manzana y cayó en un profundo sueño. La reina regresó al castillo, creyendo haber triunfado.

Los enanitos, al encontrar a Blancanieves, estuvieron desconsolados y la colocaron en un ataúd de cristal, esperando un milagro.

Un día, un joven príncipe de un reino vecino, llamado Azul, estaba de viaje explorando nuevos territorios. Mientras cabalgaba por el bosque, oyó una melodía triste que parecía ser cantada por varios corazones afligidos. Decidió seguir el sonido hasta su origen y pronto llegó a un claro donde vio una escena que lo dejó sin aliento.

Allí, en medio de un prado rodeado de flores, yacía Blancanieves en un ataúd de cristal. Los siete enanitos se encontraban alrededor, con lágrimas en los ojos, cantando una canción de lamento.

El príncipe Azul se acercó cautamente, sintiendo una extraña conexión con la joven que descansaba en el ataúd. Preguntó a los enanitos quién era ella y ellos le contaron la trágica historia de Blancanieves.

—¡Qué crueldad! —exclamó el príncipe—. Su belleza es inigualable, y aún en sueño, irradia una luz especial.

Mientras observaba a Blancanieves, recordó una antigua leyenda que su abuela solía contarle: que el beso de amor verdadero podía romper cualquier hechizo. Sin saber por qué, sintió una fuerte necesidad de acercarse a ella. Con cuidado y reverencia, inclinó su cabeza y depositó un suave beso en los labios de Blancanieves.

El mundo pareció detenerse por un momento. Y entonces, ante el asombro de todos, Blancanieves comenzó a moverse, parpadeando lentamente. El veneno de la manzana había sido neutralizado por el poder del amor verdadero.

—¿Quién eres? —preguntó Blancanieves, todavía aturdida.

—Soy el príncipe Azul —respondió, ofreciéndole su mano—. Y creo que he venido justo a tiempo.

Los dos intercambiaron miradas llenas de cariño y comprensión. Desde ese momento, se supo que sus destinos estaban entrelazados.

El reino entero celebró el reencuentro. Blancanieves y el príncipe Azul celebraron una gran boda, con los siete enanitos como invitados de honor. Juntos, todos vivieron felices y en armonía.