El festival lunar de los dinosaurios

Ilustración del cuento Lila y la estrella perdida.

En la vasta tierra prehistórica de Dinoterra, la llanura de Lumina resplandecía una vez al año bajo la luz del Festival Lunar. Este no era un evento ordinario, sino una celebración milenaria donde dinosaurios de todas partes se reunían para conmemorar la magia de la luna.

Luna, una jovencita saurópoda, se preparaba para su primer Festival Lunar. Había escuchado historias de sus ancestros sobre esta noche mágica, llena de danzas, cánticos y antiguas leyendas. Sin embargo, en medio de su emoción, un oscuro presagio se cernía sobre la festividad: el monte Volcar, un gigante dormido que había permanecido tranquilo durante eones, comenzaba a mostrar señales de inquietud.

La primera noche del festival fue interrumpida por un temblor. La tierra bajo sus pies vibró y el aire se llenó de un olor sulfúrico. El pánico se desató cuando todos vieron humo emergiendo del monte Volcar. Luna, recordando una historia que su abuela le había contado, sabía que existía un cristal legendario con el poder de apaciguar la furia del volcán.

Reuniendo a un grupo de valientes amigos: Roco, con sus placas defensivas; Aria, que podía volar y explorar desde el cielo, y Fuego, conocido por su rapidez y agilidad, se embarcaron en una misión para encontrar el cristal.

El viaje los llevó a través de densos bosques donde enormes árboles ocultaban criaturas misteriosas, y cruzaron ríos donde el reflejo de la luna guiaba su camino. Enfrentaron desafíos, como sortear un pantano de arenas movedizas y descifrar acertijos antiguos que protegían el paradero del cristal.

Finalmente, en la cima de la Cueva del Eco, encontraron el cristal, resguardado por el espíritu de un antiguo guardián dinosaurio. Este les relató cómo, hace generaciones, el cristal había sido usado para salvar a Dinoterra de catástrofes naturales. Pero había una condición: solo podía ser activado por alguien con un corazón puro y valiente.

Luna, con determinación, tomó el cristal y lo sostuvo hacia la luna. Una energía brillante lo envolvió y, al cantar un himno ancestral, una ola de calma emanó del cristal, apaciguando la ira del monte Volcar.

Al regresar a la llanura de Lumina, fueron recibidos como héroes. El Festival Lunar no solo se reanudó sino que también adquirió un nuevo significado. La valentía de Luna y sus amigos fue inmortalizada en una nueva danza y canción que sería pasada de generación en generación.

El festival concluyó con una gran celebración, y mientras el día comenzaba a asomar, los dinosaurios, con corazones llenos de gratitud y alegría, se despedían, esperando con ansias el próximo Festival Lunar en la llanura de Lumina.