El león y el ratón

Ilustración del cuento Lila y la estrella perdida.

En la vasta y colorida sabana africana, donde el sol brilla con fuerza y las sombras de las acacias se extienden sobre la tierra, vivían todo tipo de criaturas, grandes y pequeñas. Entre todas estas criaturas, había un majestuoso león llamado Léo y un pequeño ratón llamado Remy.

Léo, con su gran melena y sus poderosas garras, era el rey indiscutible de la sabana. Siempre caminaba con confianza, y todos los animales se apartaban a su paso, rindiéndole homenaje y mostrando respeto. Remy, por otro lado, era pequeño y frágil. Se desplazaba rápidamente entre la hierba, siempre alerta, siempre escondiéndose de los depredadores que lo consideraban un sabroso bocado.

Un día, mientras Léo dormía plácidamente bajo la sombra de un árbol, Remy buscaba comida. Sin darse cuenta y atraído por el olor de unas frutas que Léo había dejado cerca, Remy trepó por el cuerpo del león. Las cosquillas de las patitas del ratón despertaron al león, quien, al abrir los ojos, encontró al pequeño ratón sobre su pata.

Remy temblaba de miedo mientras Léo lo miraba, considerando si debía comerlo o simplemente alejarlo de un manotazo. Sin embargo, algo en la mirada suplicante del ratón hizo que Léo se detuviera.

“¿Por qué debería dejarte ir?”, rugió Léo. “Has perturbado mi siesta y podrías ser un bocadillo perfecto”.

“Por favor, majestuoso león”, imploró Remy, “te prometo que si me dejas ir, algún día te devolveré el favor. Nunca sabes cuándo podrías necesitar la ayuda de un ratón”.

Léo soltó una risa profunda. “¿Tú, ayudarme? Es una idea muy divertida”. Sin embargo, algo en su corazón le decía que debía darle una oportunidad al pequeño ratón. Así que, con un suspiro, Léo liberó a Remy. “Vete, pequeño, y no vuelvas a molestarme”.

Los días pasaron, y la vida en la sabana continuó como siempre. Sin embargo, un día, mientras Léo paseaba, cayó en una trampa tendida por cazadores. Aunque luchó con valentía, una red resistente lo aprisionó, dejándolo atrapado e indefenso. Rugió y luchó, pero no podía liberarse.

Remy, mientras buscaba comida, escuchó los rugidos de Léo y decidió investigar. Al ver al poderoso león atrapado, supo que era el momento de cumplir su promesa. Usando sus afilados dientes, Remy comenzó a roer la red. Horas parecían minutos mientras trabajaba sin parar, y finalmente, tras un esfuerzo arduo, logró hacer un agujero lo suficientemente grande para que Léo pudiera liberarse.

El león, al recuperar su libertad, miró al pequeño ratón con asombro y gratitud. “Me prometiste ayuda y la cumpliste”, dijo Léo, “Nunca imaginé que un ser tan pequeño podría salvar a alguien como yo”.

Remy sonrió y dijo: “A veces, incluso el más pequeño puede hacer una gran diferencia, y nunca debemos subestimar el valor de una promesa”.

Desde aquel día, Léo y Remy se volvieron amigos inseparables. La sabana entera quedó asombrada al ver al poderoso león y al diminuto ratón pasear juntos, demostrando que la verdadera amistad no conoce de tamaños ni de estatus.

Y así, en el corazón de la sabana, la leyenda del león y el ratón se convirtió en una historia contada por generaciones, recordando a todos la importancia de la bondad, la promesa y la amistad.