El patito feo

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En una apacible granja, una madre pata esperaba ansiosa la eclosión de sus huevos. Uno tras otro, los polluelos rompieron el cascarón con sus pequeños picos, revelando a adorables patitos amarillos. Sin embargo, uno de los huevos, el más grande de todos, tardaba en abrirse. La madre pata, con paciencia, siguió esperando hasta que, finalmente, de él emergió un patito… diferente. Era mucho más grande, de plumaje gris oscuro y no tan agraciado como sus hermanos.

Desde el principio, el patito diferente fue objeto de burlas. Los otros animales de la granja, incluidos sus propios hermanos, se reían de su apariencia. “¡Qué patito tan feo!”, exclamaban. El pobre patito se sentía desplazado y triste, pues, a pesar de los esfuerzos de su madre por defenderlo y consolarlo, las burlas nunca cesaban.

Un día, cansado de las mofas y sintiéndose no deseado, decidió abandonar la granja. Se dijo a sí mismo que encontraría un lugar donde pudiera ser aceptado y querido tal y como era.

Durante su viaje, enfrentó muchos desafíos. Las estaciones cambiantes traían consigo tanto el calor abrasador del verano como el frío gélido del invierno. Además, en más de una ocasión, otros animales intentaron cazarlo o hacerle daño. Sin embargo, en su travesía, también conoció a algunas criaturas amables que, aunque solo compartieran un breve momento con él, le ofrecieron palabras de aliento.

El patito feo viajó por bosques y lagos, y con cada experiencia, fue adquiriendo sabiduría y fortaleza. Pero a pesar de todo, el sentimiento de no pertenecer persistía.

Un día, mientras nadaba en un lago cristalino, vio a unos cisnes majestuosos deslizándose con gracia sobre el agua. El patito feo, cautivado por su belleza, sintió una vez más el dolor de no encajar. Sin embargo, impulsado por un deseo desconocido, decidió acercarse a ellos, aunque temiera ser rechazado nuevamente.

Para su sorpresa, los cisnes lo recibieron con curiosidad y amabilidad. Y mientras se acercaba más, vio su reflejo en el agua. Ya no era el mismo patito desgarbado de antes; había crecido y se había transformado en un hermoso cisne.

Las burlas y adversidades que había enfrentado tomaron sentido en ese momento. Se dio cuenta de que su viaje había sido necesario para encontrar su verdadera familia y su verdadera identidad. Había crecido y madurado, no solo en apariencia sino también en espíritu.

Los cisnes lo acogieron como uno de los suyos, y finalmente, el que una vez fue llamado “patito feo” encontró su lugar en el mundo, rodeado de amor y aceptación.

Desde entonces, voló alto con sus nuevos compañeros, recordando siempre que la verdadera belleza reside en la esencia de cada ser y en la capacidad de superar las adversidades para encontrar nuestro verdadero yo.