El principe rana
En un vasto reino, había un magnífico castillo donde vivía una reina junto a su encantadora hija. La princesa, con cabellos dorados como el sol y ojos azules como el cielo, tenía un lugar favorito: un estanque rodeado de árboles frondosos y flores de mil colores, en el jardín del castillo.
Un día, mientras jugaba al lado del estanque con su pelota dorada, el juguete se le escapó de las manos y cayó con un ‘pluf’ en el agua. La princesa lloró amargamente, pues era su tesoro más preciado. Mientras las lágrimas recorrían su rostro, escuchó una voz que decía: “¿Por qué lloras, princesa?”
Sorprendida, miró alrededor y vio una rana de ojos brillantes asomando la cabeza del agua. “He perdido mi pelota dorada en el estanque,” sollozó.
“Si te la devuelvo, ¿qué me darás a cambio?” preguntó la rana.
La princesa, sin pensarlo mucho, respondió: “Te daré lo que quieras: joyas, ropas, incluso mi corona.”
La rana sonrió y dijo, “No quiero tus joyas, ni tu corona. Si prometes dejarme vivir contigo, comer de tu plato y dormir en tu cama, traeré tu pelota.”
Desesperada, la princesa aceptó, creyendo que una simple rana no podría seguirle hasta el castillo. Así que, con un ágil salto, la rana se sumergió y, al poco tiempo, emergió con la pelota dorada en su boca.
Agradecida pero ansiosa de alejarse, la princesa tomó su pelota y corrió hacia el castillo, olvidando su promesa. Pero al día siguiente, mientras cenaba con su madre la reina, oyó un sonido en la entrada. “Princesa, princesa, abre la puerta. Recuerda lo que prometiste junto al estanque, la otra tarde.”
La reina, sorprendida, preguntó qué sucedía, y la princesa le contó todo. La reina, sabia y justa, dijo: “Si hiciste una promesa, debes cumplirla.”
Con pesar, la princesa abrió la puerta y la rana saltó adentro. Durante los días siguientes, la rana comió de su plato y durmió en su cama, cumpliendo la promesa hecha.
Una noche, mientras la princesa yacía en cama con la rana a sus pies, sintió una extraña tristeza por el pequeño animal. Se inclinó, besó su cabeza y, ante su asombro, la rana se transformó en un joven príncipe.
El príncipe explicó que había sido maldecido por una bruja, condenado a vivir como rana hasta que alguien lo aceptara y mostrara afecto a pesar de su apariencia. Ambos se enamoraron y, con el tiempo, celebraron una grandiosa boda.
El cuento nos enseña que las promesas deben cumplirse y que la verdadera belleza y valor de las personas se encuentra en su interior.