El ratón de campo y el ratón de ciudad
En un tranquilo rincón del campo, entre dorados trigales y verdes praderas, vivía el Ratón de Campo. Su hogar era un pequeño agujero bajo un frondoso árbol, donde disfrutaba de la frescura y la sombra. Era un lugar sencillo, decorado con hojas secas y ramitas, y siempre olía a tierra húmeda.
Un día, recibió una carta de su primo, el Ratón de Ciudad, que decía: “Querido primo, hace tiempo que no nos vemos. ¿Qué te parece si te vengo a visitar? Echo de menos el aire fresco del campo. Atentamente, Ratón de Ciudad”.
El Ratón de Campo, emocionado, respondió inmediatamente: “¡Claro, primo! Será un placer recibirte. Ven cuando quieras”.
Pocos días después, el Ratón de Ciudad llegó al campo, vestido con un traje elegante y un sombrero de copa. Al ver la sencillez del hogar de su primo, no pudo evitar una mueca de sorpresa, pero decidió no decir nada.
El Ratón de Campo, queriendo ofrecer lo mejor que tenía, le preparó una cena con granos, frutas del bosque y agua fresca del arroyo. Sin embargo, el Ratón de Ciudad arrugó la nariz. “En la ciudad”, comenzó a decir con cierto tono de superioridad, “disfrutamos de quesos finos, pasteles y vinos exquisitos. ¿Te gustaría visitarme y probar las delicias de la ciudad?“.
Aunque el Ratón de Campo estaba satisfecho con su vida, la curiosidad le picó. “Está bien”, aceptó, “visitaré la ciudad”.
Pasaron unos días, y los dos primos se dirigieron a la bulliciosa ciudad. Las luces brillantes, los altos edificios y el ruido constante dejaron al Ratón de Campo atónito.
El Ratón de Ciudad, orgulloso de su hogar en un lujoso ático, mostró a su primo todas las comodidades que tenía. Aquella noche, preparó un festín con todos los manjares que había mencionado. Justo cuando estaban a punto de empezar a comer, un gato saltó sobre la mesa, obligando a los ratones a esconderse rápidamente.
Cuando el peligro pasó, el Ratón de Ciudad se rió nerviosamente. “Pequeños inconvenientes de la vida en la ciudad”, comentó.
Sin embargo, las interrupciones no terminaron ahí. Poco después, un grupo de humanos entró en la habitación, y de nuevo, los ratones tuvieron que huir y esconderse.
Pasadas varias horas, ya de madrugada, los ratones finalmente pudieron disfrutar de su festín. Pero el Ratón de Campo estaba exhausto y añoraba la tranquilidad de su hogar.
“Primo”, dijo al amanecer, “agradezco tu hospitalidad y es cierto que tienes comidas maravillosas. Pero he descubierto que prefiero mi sencilla comida en paz que un festín con miedo y peligro”.
El Ratón de Ciudad lo miró y asintió. “Cada uno tiene su lugar en el mundo. Yo estoy acostumbrado a estos riesgos, pero entiendo que no es para todos”.
Despidiéndose con un abrazo, el Ratón de Campo regresó a su hogar en el campo, donde disfrutó de la serenidad y la paz, recordando siempre que la felicidad no depende de las posesiones, sino del lugar donde uno se siente más seguro y amado.