El secreto de la casa del arco iris

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Hace mucho tiempo, en un rincón mágico del mundo, existía el Valle de los Duendes, un lugar lleno de maravillas y secretos. En medio de este valle se encontraba la Casa del Arco Iris, una pequeña morada con techos de colores resplandecientes y ventanas que parecían pedazos de cielo. Dentro de la Casa del Arco Iris vivía una familia muy especial: los Duendecitos del Arco Iris.

Los Duendecitos del Arco Iris eran diminutas criaturas del tamaño de un dedal, con cabellos de colores vivos y ojos que brillaban como gemas. Cada uno de ellos tenía una labor importante: eran los guardianes de los colores del mundo. Cada día, salían a pasear por el valle y cuidaban de que los colores de las flores, los arco iris y los atardeceres fueran tan hermosos como siempre.

Pero los Duendecitos del Arco Iris compartían un secreto mágico. Siendo guardianes de los colores, tenían la habilidad de adquirir el color que más amaran cada día. Y así, al amanecer, cada Duendecito del Arco Iris tocaba la fuente de colores en la Casa del Arco Iris y se llenaba de un resplandeciente matiz que reflejaba sus sentimientos.

Una mañana, la Duendecita Rosa, la más joven de la familia, tocó la fuente de colores y se cubrió con un tono rosa brillante. Era el color del amor y la felicidad, y la pequeña Duendecita se sentía rebosante de alegría. Decidió explorar el Valle de los Duendes y compartir su amor con todos.

Mientras caminaba, la Duendecita Rosa encontró un pequeño conejo que parecía triste. El conejo le contó que había perdido su color y que no podía encontrarlo por ningún lado. La Duendecita Rosa, con su corazón lleno de amor, tocó al conejo y lo cubrió con un delicado color rosa. El conejo saltó de alegría y agradeció a la Duendecita.

A lo largo del día, la Duendecita Rosa encontró a muchos más amigos del Valle de los Duendes que habían perdido sus colores. Con su toque mágico, les devolvió sus colores y llenó sus corazones de felicidad. A medida que compartía su amor, el rosa brillaba más y más intensamente.

Al final del día, cuando regresó a la Casa del Arco Iris, la Duendecita Rosa se dio cuenta de que su color no se desvanecía, como solía hacerlo. Permaneció en su piel como un recordatorio constante de su amor y bondad. Los otros Duendecitos la abrazaron y celebraron su acto de amor incondicional.

Desde entonces, el Valle de los Duendes se llenó de colores más brillantes y de risas más alegres. La Duendecita Rosa se convirtió en el símbolo del amor y la bondad en el valle, y su ejemplo inspiró a todos a ser amables y compasivos.

Y así, en el Valle de los Duendes, la Casa del Arco Iris se llenó de risas, colores y amistad, gracias al dulce secreto de los Duendecitos del Arco Iris y su habilidad para compartir el amor con el mundo.