La amistad de Stego
Stego vivía en un vasto valle repleto de frondosos helechos y palmeras. Aunque el lugar era hermoso y vibrante, la vida para Stego no era fácil. Su majestuosa espalda espinosa, aunque impresionante a la vista, a menudo resultaba un obstáculo para acercarse a los demás dinosaurios. Los pequeños dinojuguetes temían lastimarse con sus puntiagudas placas, y los dinosaurios más grandes simplemente lo evitaban para no tener complicaciones.
El pequeño estegosaurio a menudo observaba desde lejos cómo los otros dinosaurios jugaban y se divertían, mientras él permanecía solo, usando su cola espinosa para dibujar en la tierra imágenes de cómo soñaba que sería tener amigos.
Un día, mientras Stego estaba en un claro, sintió un olor a quemado. El viento trajo consigo un cielo anaranjado y cenizas. ¡Un incendio estaba arrasando el bosque! El pánico se apoderó del valle. Los pequeños dinojuguetes corrían en todas direcciones y los grandes herbívoros intentaban proteger a sus crías del peligro. El fuego avanzaba rápidamente y parecía que todo estaba perdido.
Fue entonces cuando Stego tuvo una idea. Corrió hacia el lago más cercano y, sumergiéndose, dejó que el agua llenara los espacios entre sus placas. Con su espalda cargada, corrió hacia el fuego y, agitándose, liberó el agua sobre las llamas. Una y otra vez, Stego hizo el viaje entre el lago y el fuego, usando su espalda como un gigantesco balde de agua.
Los demás dinosaurios, viendo su valentía, decidieron ayudar. Rápidamente formaron una línea desde el lago hasta el fuego, pasando hojas llenas de agua de uno a otro, ayudando a Stego en su misión.
Después de horas de arduo trabajo, el incendio fue finalmente controlado. El valle estaba lleno de humo y cenizas, pero gracias a Stego y la cooperación de todos, el bosque estaba a salvo.
Cuando todo terminó, Stego, cansado pero feliz, se sentó a descansar. Y para su sorpresa, en lugar de alejarse, los otros dinosaurios se acercaron a él. Los pequeños dinojuguetes se subieron a sus placas, descubriendo que eran lo suficientemente seguros como para deslizarse por ellas. Los dinosaurios más grandes, en señal de agradecimiento, le ofrecieron las frutas más jugosas del valle.
Desde ese día, Stego ya no fue el dinosaurio solitario con una espalda espinosa. Se convirtió en el héroe del valle y en el amigo de todos. Aprendieron que, más allá de las apariencias, cada uno tiene algo especial que ofrecer, y que juntos, pueden enfrentar cualquier desafío.