La Cenicienta
Había una vez, en un lejano reino, una joven llamada Cenicienta. Cenicienta vivía en una pequeña casa con su madrastra y sus dos hermanastras, Anastasia y Drizella. Aunque Cenicienta era la más dulce y amable de todas, sus hermanastras la trataban con crueldad, haciéndola trabajar sin descanso y vestirla con harapos.
Un día, el rey del reino anunció una gran celebración. Su hijo, el apuesto príncipe, planeaba celebrar un gran baile en el palacio real para encontrar a su futura esposa. Las invitaciones se enviaron a todas las doncellas del reino, incluyendo a Cenicienta.
Mientras Cenicienta limpiaba el suelo de la cocina, sus hermanastras llegaron con una invitación en la mano. Anastasia se burló y dijo: “¿Tú, Cenicienta? ¡Ni siquiera tienes un vestido apropiado para asistir!” Drizella estuvo de acuerdo y ambas estallaron en risas crueles.
Cenicienta, con los ojos llenos de lágrimas, susurró: “Tal vez podría encontrar algo que usar.”
Las hermanastras, burlonas, arrojaron un vestido desgastado a sus pies y le dijeron que debía arreglárselo si tenía alguna esperanza de ir al baile. Mientras Cenicienta se sentaba en su habitación, sola y desconsolada, una hermosa figura vestida de luz y magia apareció ante ella. Era su hada madrina.
—“No llores, querida Cenicienta”, le dijo el hada madrina. “Iremos al baile juntas. ¿Puedes encontrar una calabaza?”
Cenicienta asintió y rápidamente encontró una calabaza en el jardín. El hada madrina la convirtió en una hermosa carroza dorada. Luego, transformó a los ratones en elegantes caballos, a un ratón en conductor y a una calabaza en un carruaje.
Con un toque de su varita mágica, el hada madrina transformó el vestido harapiento de Cenicienta en un deslumbrante vestido de seda y sus zapatos gastados en unos elegantes zapatitos de cristal. Cenicienta estaba asombrada y emocionada.
—“Pero, recuerda, querida Cenicienta”, le advirtió el hada madrina, “debes regresar a casa antes de la medianoche, cuando desaparecerán mis encantamientos.”
Cenicienta asintió y partió hacia el palacio real en su esplendorosa carroza dorada. Cuando llegó al baile, todos quedaron asombrados por su belleza. El príncipe la invitó a bailar y quedaron cautivados el uno por el otro. Bailaron toda la noche, pero Cenicienta recordó la advertencia de su hada madrina y tuvo que irse apresuradamente.
Mientras huía del palacio, perdió uno de sus zapatitos de cristal en la escalera. El príncipe, que quedó prendado de ella, encontró el zapatito y prometió encontrar a la dueña del delicado calzado.
El día siguiente, el príncipe recorrió el reino en busca de la joven cuyo pie encajara perfectamente en el zapatito de cristal. Cuando llegó a la casa de Cenicienta, sus hermanastras intentaron encajar el zapatito, pero sus pies eran demasiado grandes.
Finalmente, Cenicienta probó el zapatito y encajó a la perfección. El príncipe la reconoció de inmediato y la llevó de regreso al palacio, donde se casaron y vivieron felices para siempre.
La bondad y la amabilidad de Cenicienta la habían llevado desde las cenizas de la servidumbre a la realeza, y en su nuevo papel, continuó siendo tan amable y generosa como siempre. El reino celebró una boda esplendorosa, y Cenicienta vivió la vida de un verdadero cuento de hadas, recordando siempre la lección de su madre: “Ten coraje y sé amable”.