La cigarra y la hormiga

Ilustración del cuento Lila y la estrella perdida.

En un pequeño claro del bosque, con el cielo azul brillando y las hojas verdes centelleando, vivían muchos insectos y animales. Pero entre todos, había dos que eran especialmente conocidos: Clara, la cigarra cantante, y Hilda, la hormiga trabajadora.

Clara, con su esbelta figura y sus brillantes alas, amaba la música más que nada en el mundo. Cantaba melodías alegres durante los cálidos días de verano, atrayendo a muchos animales del bosque para escuchar su dulce voz. No le preocupaba el mañana, solo el placer del momento presente.

Hilda, por otro lado, era todo lo opuesto. Era pequeña y robusta, siempre con sus antenas en movimiento, observando, planeando y trabajando. Desde el amanecer hasta el anochecer, Hilda y su colonia de hormigas recogían alimentos y los almacenaban para el invierno.

Un día, mientras Clara cantaba en la cima de un árbol, Hilda se acercó para hacer una pausa y dijo: “Clara, el invierno se acerca. ¿No deberías prepararte y guardar comida en lugar de cantar todo el día?”

Clara sonrió y respondió con una risa: “¡Oh, Hilda! Siempre preocupada por el mañana. Hay comida en abundancia ahora. Disfruta del sol y de mi música.”

Hilda sacudió su cabeza con preocupación. “El invierno puede ser cruel. Es mejor estar preparada.” Y sin decir más, volvió a su trabajo.

El verano se desvaneció, y los días empezaron a acortarse. Las hojas cambiaron de verde a tonos de naranja y rojo. A pesar de las señales, Clara continuó cantando, creyendo que siempre habría suficiente.

Pero entonces, el invierno llegó. Una gruesa capa de nieve cubrió el suelo, y el viento soplaba frío y agudo. Los árboles se despojaron de sus hojas y el bosque se volvió silencioso. Clara, temblando de frío y hambre, buscó comida, pero no encontró nada.

Una tarde, desesperada, Clara llegó a la puerta de Hilda, sus alas temblando y su voz apenas audible. “Hilda,” susurró, “tengo hambre y frío. ¿Puedes ayudarme?”

Hilda, aunque preocupada por su vieja amiga, no pudo evitar sentir un poco de frustración. “Te advertí, Clara. Mientras tú cantabas, nosotros trabajábamos.”

Clara bajó su cabeza, avergonzada. “Lo sé, y lamento no haberte escuchado. Pero ahora, más que nunca, necesito tu ayuda.”

Hilda, con su corazón compasivo, decidió ayudar a Clara. “Ven, entra y caliéntate. Compartiremos nuestra comida contigo, pero cuando llegue la primavera, deberás aprender a cuidar de ti misma.”

Agradecida, Clara asintió. Pasó el invierno con las hormigas, compartiendo historias y canciones para levantar el ánimo durante los días fríos.

Cuando la primavera finalmente llegó, Clara, habiendo aprendido la importancia de la preparación, comenzó a trabajar junto a las hormigas, recolectando alimentos y siendo más responsable. Pero no dejó de cantar, y cada noche, el claro del bosque resonaba con su música, un recordatorio de la belleza que se encuentra en el equilibrio entre el trabajo y el placer.

Y así, la cigarra y la hormiga, con sus diferencias y semejanzas, vivieron en armonía, enseñando al bosque que tanto el trabajo como el disfrute tienen su momento y su lugar.