La noche estrellada de Rex

Ilustración del cuento Lila y la estrella perdida.

En una vasta selva, donde la vegetación alcanzaba alturas inimaginables y los ríos serpentean como serpientes plateadas, vivía Rex, un joven tiranosaurio rex que, a pesar de su gran tamaño, tenía una curiosidad igualmente grande. Le fascinaban las historias que su abuela le contaba sobre mundos lejanos, aventuras y, sobre todo, las estrellas.

Un día, mientras jugaba persiguiendo mariposas luminiscentes, Rex se aventuró más allá de los límites familiares de su hogar. Tan absorto estaba en su juego que no notó las oscuras nubes que se acumulaban en el horizonte.

De repente, el cielo rugió, y una tormenta estalló con furia. Rayos cruzaban el cielo, y la lluvia caía con tal intensidad que transformaba el suelo en un lodazal. Rex, asustado, buscó refugio en una cueva cercana.

Mientras esperaba a que la tormenta pasara, su mente volvía a las historias de su abuela. Recordó una en particular sobre las “Noches de las Estrellas Danzantes”, donde los antiguos dinosaurios se reunían para contar historias y cantar bajo el cielo estrellado.

Cuando la lluvia finalmente cesó, Rex salió de la cueva y levantó la vista al cielo. Lo que vio lo dejó sin aliento: un manto de estrellas brillantes que parecían danzar y parpadear solo para él. Recordó las palabras de su abuela, que decía que, en noches especiales, las estrellas podían guiar a los perdidos de regreso a casa.

Sin embargo, había un problema: Rex no sabía leer las estrellas. Pero recordó una constelación en particular que su abuela siempre mencionaba: el “Cazador Gigante”, que señalaba hacia el norte.

Siguiendo esta constelación, Rex comenzó su viaje de regreso. Durante su travesía, se encontró con otros dinosaurios que, asombrados por la belleza del cielo, se unieron a él. Juntos, compartieron historias y cantaron canciones pasadas de generación en generación.

A medida que caminaban, el grupo creció, convirtiendo el viaje de regreso en una verdadera caravana bajo las estrellas. Cada uno aportaba su conocimiento y sabiduría, y Rex aprendió sobre otras constelaciones y sus significados.

Después de varias horas y con el amanecer asomando en el horizonte, Rex finalmente reconoció un hito familiar: una gran cascada que estaba cerca de su hogar. Al llegar a su destino, la comunidad de dinosaurios, agradecida por la inolvidable noche, celebró con una gran fiesta.

Rex, rodeado de su familia y nuevos amigos, se dio cuenta de que, aunque el cielo estrellado lo había guiado a casa, también le había brindado algo más valioso: la unión y el compañerismo de aquellos que compartieron su viaje.

Desde esa noche, cada vez que Rex miraba al cielo, no solo veía estrellas, sino también las caras sonrientes de aquellos que habían caminado a su lado, recordándole que, en la vastedad del universo, nunca estamos realmente solos.