La princesa en el montículo

Ilustración del cuento Lila y la estrella perdida.

En un reino lejano, rodeado de verdes colinas y ríos cristalinos, existía una tradición curiosa. En el centro del reino, se alzaba un montículo verde y en su cima crecía un rosal silvestre con flores de intensos colores.

Según las leyendas, en ese montículo vivía una princesa encantada, esperando ser liberada por un héroe de corazón puro. Sin embargo, muchos habían intentado escalar el montículo y se encontraron con que, a medida que subían, este crecía y se tornaba inalcanzable.

Un día, un joven llamado Erik, de origen humilde y de corazón bondadoso, decidió intentar la subida. No lo hizo en busca de fama o recompensa, sino porque en sueños una dulce voz lo llamaba desde el montículo, pidiéndole ayuda.

A medida que Erik ascendía, el montículo no crecía como con los otros. En su lugar, a cada paso, surgían pruebas y desafíos. Primero, una serpiente gigante intentó detenerlo, pero Erik, con su flauta, tocó una melodía que calmó a la bestia y la hizo dormir. Luego, un enjambre de abejas amenazó con picarlo, pero Erik compartió con ellas un poco de miel que llevaba y las abejas lo dejaron pasar.

Al llegar a la cima, encontró el rosal y en medio de él, una hermosa rosa roja. Al tocarla, la flor se transformó en una bellísima princesa de cabellos dorados y ojos azules como el cielo. Era la princesa Elara, condenada a un sueño eterno por una bruja envidiosa.

“Gracias, valiente Erik”, dijo la princesa. “Tu corazón puro y tus acciones bondadosas han roto el encanto que me aprisionaba.”

Agradecido y maravillado, Erik y Elara bajaron del montículo y fueron recibidos como héroes. Los habitantes del reino, al darse cuenta de que la leyenda era cierta, celebraron con una gran fiesta.

El rey, en agradecimiento, ofreció a Erik riquezas y tierras, pero él, enamorado, solo pidió la mano de Elara en matrimonio. La princesa, que también había caído enamorada del joven, aceptó con gusto.

El montículo se convirtió en un lugar sagrado, un recordatorio de que no es la fuerza o la astucia lo que prevalece, sino un corazón puro y acciones bondadosas. Y en su cima, el rosal siguió floreciendo, como símbolo de amor y esperanza.