Robinson Crusoe

Ilustración del cuento Lila y la estrella perdida.

Robinson Crusoe siempre había sentido la llamada del mar. A pesar de las súplicas de su familia para que se estableciera como comerciante, decidió embarcarse en un viaje en busca de fortuna. Pero el océano tenía otros planes para él.

En uno de sus viajes, una tormenta tempestuosa sacudió el barco, rompiendo sus mástiles y dejando a la tripulación a merced de las olas. Después de días de lucha contra la furia de la naturaleza, el barco se estrelló contra las rocas, y Robinson fue arrojado a una isla desconocida.

Aunque inicialmente se sintió desesperado, Robinson, con determinación, decidió hacer lo mejor posible. Exploró la isla, encontrando fuentes de agua dulce y frutas tropicales. Usando restos del barco, construyó un refugio. También rescató herramientas, armas y otros suministros útiles.

Pronto, estableció una rutina. Cazaba, pescaba, cultivaba su propio alimento, y constantemente mejoraba su refugio. Marcaría cada día en un tronco grande para no perder la noción del tiempo.

Los años pasaron, y la soledad comenzó a pesar sobre él. Pero Robinson demostró ser ingenioso y adaptable. Hizo amigos entre los animales de la isla, y hasta logró domesticar a un loro al que llamó Poll.

Un día, mientras caminaba por la playa, notó huellas humanas que no eran suyas. Alarmado, descubrió que la isla era ocasionalmente visitada por caníbales. Un día, observando de lejos a un grupo de ellos, decidió intervenir al ver a un prisionero intentando huir. Con su pericia y coraje, logró salvarlo. El hombre, agradecido, fue bautizado como Viernes, ya que fue un viernes cuando Robinson lo rescató.

Con Viernes a su lado, la vida en la isla se hizo más llevadera. Ambos compartieron sus conocimientos: Robinson enseñó a Viernes inglés y sobre su cultura, mientras que Viernes compartió habilidades de supervivencia y relatos de su tierra natal.

Sin embargo, la esperanza de regresar a casa nunca abandonó a Robinson. Esa esperanza se avivó cuando un barco apareció en el horizonte. Pero no eran rescatadores, sino amotinados. Con astucia, valentía y la ayuda inestimable de Viernes, Robinson enfrentó a los amotinados y tomó el control del barco.

Después de casi treinta años en la isla, Robinson regresó a Inglaterra. Si bien encontró muchas cosas cambiadas, el recuerdo de sus años en la isla y las lecciones aprendidas lo acompañaron durante el resto de sus días.